martes, 22 de julio de 2008

CONTRIBUCIÓN DE SONIA

Hola a todos! Nos vamos animando parece, y eso está muy bueno. Sigamos así. De a poco va creciendo el blog. Sigan mandando.
Aquí va uno de Sonia¡¡ Se llama: La ceremonia. Muchas gracias por el envío!! No tengo hijos (al menos nadie me reclamó nada hasta ahora. Toco madera!!), pero seguramente muchos padres se van a sentir perfectamente identidificados. Muy gracioso lo de disfrutar del caos. En ese sentido la docencia secundaria se parece a la maternidad.+
Ricardo.

LA CEREMONIA

La ceremonia
Que vuela una mosca, que está muy caliente, se caen los fideos, mientras sirvo el séptimo vaso de agua..
La olla me avisa que la presión es alta. A apagar el fuego me dirijo cuando la segunda voz de esta sinfonía me reclama: _ ¡Yo no pedí sopa!
Que sentate derecho, que ya es suficiente de sal, _¡Qué bueno lo que hiciste en el jardín!; _¡Que en la mesa no se pelea!..
¿Acaso nunca sentiste la sensación de disfrutar del caos?
Entre pan, gestos y vasos que se derraman, me dispongo a celebrar este ritual cotidiano.
¡A comer se ha dicho!

lunes, 21 de julio de 2008

EL APORTE DE ALICIA

Hola a todos, acabo de recibir un guión que mandó Alicia. No se lo pierdan: mezcla sutilmente el humor con la ternura y (¡cómo no!) el deseo. Se llama "El tortugo y la bivalva" y va a continuación:El agradecimiento para Alicia y saludos.Ricardo.

Aclaración: van a ver este aviso dos veces porque como soy muy chambón todavía no me avivo que las entradas aparecen en orden invertido a como uno las cuelga (lo último siempre aparece antes). Disculpen y disfruten.
ricardo.

EL TORTUGO Y LA BIVALVA

Producciones El deseo de los quelonios S.A.

PRESENTA:

El tortugo y la bivalva
Historia de desencuentros y/o encuentros cerrados en espacios abiertos.
(Guión)

Finales a elección. Cualquier parecido con entreveros humanos no es, por supuesto, ninguna coincidencia.
Toma 1: El tortugo asoma su cabecita fuera del caparazón mientras la bivalva pretende tocársela, estirándose mucho porque hay un cascote entre ellos. Cuando logra su cometido, él, con asustado gesto, se repliega. La bivalva le dice: "cagón!".
Toma 2: La bivalva tiene sed, se arrastra penosamente sobre las calientes arenas tratando de alcanzar la olita, el quelonio la observa inmutable desde un montículo, levantando la cabeza y una ceja en simultáneo. Se sube al auto y se va raudo. El parabrisas trasero tiene una oblea fucsia que dice: yo elijo cómo y cuándo.
Toma 3: Flor Zurita, la bivalva, tras 50 días de sólo oír el sordo ruido de las profundidades del mar y sus propios pensamientos, emerge renovada, brillante y con aires de lady. Sabe que él estará en ese lugar, y retoma el senderito otra vez, en su búsqueda.
Toma 4: Encuentro del quelonio arrogante sentado muy oroño a la sombra, esperando con paciencia de tortugo de Gaza. La ostra -Flor zurita- se le acerca despacito, ojos rasgados, zapatos y calzones rojos, llena de lascivia pero con ganas de comérselo vivo aunque no tenga ni un sólo diente.
Toma final: se murió el guionista. No se sabe si se ahogó en llanto de rabia o si fue la marea roja.++

UN APORTE DE ALICIA

Hola a todos, acabo de recibir un guión que mandó Alicia. No se lo pierdan: mezcla sutilmente el humor con la ternura y (¡cómo no!) el deseo. Se llama "El tortugo y la bivalva" y va a continuación:
El agradecimiento para Alicia y saludos.
Ricardo.

viernes, 18 de julio de 2008

uno nuevo

Hola a todos si es que hay alguien ahí.
Acá mando otro. En realidad lo escribí hace un tiempo. Aprovecho para dar la bienvenida a Cande, una nueva contribuyente a la propuesta. Grqacias, Cande.
Ricardo.

con la espalda rota

CON LA ESPALDA ROTA

Todavía me duele. La espalda, digo. No en su totalidad, pero casi. El dolor se localiza en los extremos, es decir, arriba, en cervicales y homóplatos y abajo, en lumbares y coxis. Aunque están delimitadas, estas dos áreas se expanden en un perímetro lo suficientemente grande como para que parezca que toda la espalda está resentida.
Al principio comenzaron a dolerme el cuello y los hombros. Como casi todo el mundo, no hice caso; pensé que sería una contractura pasajera, ocasionada, quizás, por alguna mala posición al dormir o por la índole de mi trabajo. Mi mujer, que se ha pasado buena parte de su vida aprendiendo técnicas de mejoramiento corporal, me enseñó algunos ejercicios que me proporcionaron el consuelo de sentirme asesorado. No mucho más que eso. Consistían en movimientos circulares con los hombros y a los lados con el cuello. La principal recomendación de La Negras era que debía practicarlos con suavidad, inspirando y exhalando pausadamente. Obedientemente yo cumplía. Debo reconocer que, al menos por unos minutos, el dolor atenuaba.
Al poco tiempo recrudecieron, pero esta vez, acompañados por los dolores de abajo. Para ellos, mi mujer también conocía ejercicios de flexión y rotación de cintura que, como antes, respeté fielmente. Con el mismo resultado. Esta vez, los consejos de mi mujer venían acompañados por recriminaciones sobre mis posturas incorrectas al sentarme o al dormir.
Por mi parte atribuía mis molestias al cansancio, el sedentarismo, el estrés. Como casi todos, suponía que en las vacaciones el dolor desaparecería. De todas maneras, incorporé la variante de calzarme unas zapatillas, un buzo y de salir a caminar por las veredas doradas del otoño.
Así seguí varios meses. Los dolores, lejos de abandonarme, se intensificaban. Comencé a pensar en la posibilidad de hacer alguna terapia. Por ese entonces, mi mujer recomendaba yoga. Según su hipótesis, se trataba de síntomas cuyas causas se encontrarían en mi personalidad excesivamente preocupada por los problemas cotidianos. La idea de hacer contorsiones sobre una colchoneta en un salón oloroso a transpiración y sahumerios no me seducía. En cambio, convencí a mi mujer –que había hecho esas cosas durante años- a que ella me enseñara a relajarme. Mientras tanto, seguía con mis caminatas. Y mis dolores. Mantenía firmes mis esperanzas en el receso de invierno.
Pero varios meses antes debí tomar una decisión más firme. Cierto día, mientras trabajaba, los dolores se intensificaron de una manera tan abrupta que, al regresar a mi casa, debí tenderme en el piso cuan largo soy para tratar de “recuperar la vertical”, como después supe que se dice en el ambiente de los afectados por estas dolencias. Los ramalazos me impedían mantenerme en ninguna posición durante más de unos minutos. Llegó un momento en que me resultó imposible mover la cabeza. Decidí ir al médico.
Mi cuñado me recomendó visitar al suyo. Me insistió en que le dijera que iba de su parte. Así lo hice, pero el galeno no dio señales de cordialidad particular; más bien parecía que simulaba recordar quién era mi cuñado. Tampoco tuve en ningún momento la impresión de que se tratara de alguien especial, pero, de todas formas me daba lo mismo confiar en éste o en cualquier otro. Utilizaba conmigo un tono correcto, aunque neutral. No es raro en los de su profesión. Quizás ello alienta el fenómeno de endiosamiento popular del que son objeto y que parecen disfrutar. Lo cierto es que, por lo general, los pacientes adoptan ante ellos una actitud de entrega incondicional. Hay que verlos en las salas de espera, con esas caras de terneros desamparados, mientras aguardan que la figura inmaculada abra la puerta del consultorio y pronuncie al fin el apellido que esperan escuchar. Entran con una mansedumbre cercana a la obsecuencia, le dan mano y con tono reverencial le preguntan “¿Cómo está, doctor?” Por mi parte solía omitir el “doctor”; ahora me da lo mismo.
Como corresponde, el clínico no emitió opinión alguna hasta no tener ante sí las radiografías y los resultados de los análisis. Para mi sorpresa diagnosticó artrosis en cervicales y desvío en lumbares. Protesté apelando a mi edad. No me considero tan viejo como para tener esas cosas. Me explicó que no era una cuestión de años, sino de exceso de sedentarismo, malas posturas y estrés. Nada nuevo pensé, pero nada dije. Registré atentamente sus indicaciones. Me dio los mismos ejercicios de cuello y cintura que me había enseñado mi mujer, me recetó unos analgésicos y me recomendó caminar con zapatillas acolchadas sobre terreno duro y liso para no perjudicar los meniscos. También sugirió aplicaciones de calor durante quince minutos diarios y colchón duro.
Obedecí en todo. Por otra parte, excepto por lo del calor y los analgésicos, era lo que ya venía haciendo. Incluso lo de caminar sobre terreno pavimentado. Respeté las dosis, los horarios, los ejercicios. Los dolores parecían menos dispuestos que nunca a abandonarme. Sin embargo debo ser justo. Es cierto que con cada una de estas prácticas desaparecían momentáneamente. Recuerdo, por ejemplo, la confortable sensación debajo de la lámpara de calor que mi mujer me prestaba. Pero al rato, todo estaba igual.
A veces los dolores atacaban uno de los extremos de la espalda; otras, las peores, me atenazaban al unísono, arriba y abajo. Pero siempre estaban, todas y cada una de las horas del día.
Volví al médico. Me dijo que el tratamiento de estas dolencias demanda tiempo. Me sugirió paciencia, tenacidad, cambió los analgésicos por otros más fuertes y me recomendó incorporar algunos abdominales a las caminatas. No entendí cuál era la relación con mi espalda, pero no dije nada. En cambio, propuse la posibilidad de ser derivado a un traumatólogo. Me recomendó uno que se había capacitado en Canadá. Como otras veces me pregunté por qué la idea se me había ocurrido a mí si el médico era él. En muchas ocasiones, ante plomeros o electricistas me ocurre lo mismo.
Esta vez, al despedirme, no me dijo, como en las primeras visitas: “Lo espero la semana que viene”. Ni siquiera un “cualquier cosa me viene a ver”. Comprendí que ya había intentado todo lo que se le había ocurrido.
El traumatólogo, después de revisar las nuevas radiografías que me mandó a sacar, no encontró ninguna artrosis sino una calcificación excesiva pero inocua en una vértebra. Quedó convencido de que mi problema no era óseo sino muscular. Por lo tanto, reemplazó los analgésicos por un relajante que, según me aseguró, me calmaría en pocos días. Proscribió los abdominales. Por mi parte sugerí la idea-que en realidad me había dado mi mujer- de hacerme unos masajes. “Mal no le van a hacer” fue su respuesta.
Iba por la segunda caja de relajantes cuando mis crecientes quejas por los dolores llegaron a los oídos de un compañero de trabajo. Me dio el teléfono de una masajista japonesa que no cobra mucho. Según mi colega, a él le había arreglado la espalda cuando estuvo en mi misma situación.
La masajista era de Hiroshima. Había estudiado las técnicas orientales de digito-puntura y masajes en Japón y la empresa en la que trabajaba le ofreció la posibilidad de trasladarse a su sucursal en Estados Unidos. Allí conoció a su actual marido, un argentino que la sedujo para irse a vivir juntos a formar un hogar con media docena de hijos en un barrio de las afueras.
Sus masajes eran deliciosos. Una vez por semana, durante cuarenta y cinco inolvidables minutos, sus manos diminutas pero firmes suavizaban mi espalda. Al finalizar yo, que en mi vida me había hecho masajes, salía de la habitación como si flotara en una nube rosada. El efecto duraba, en el mejor de los casos, algunas horas. Pero seguí haciéndolos, más por hedonismo que por eficacia. Al poco tiempo de comenzar, al igual que Nani Moretti en “Caro diario” sabía que la diferencia entre los “profesionales de la salud” de Occidente y los de Oriente es escasa. Como los orientales siempre están relajados y concentrados parecen saber lo que hacen. Al cabo de un tiempo le pregunté qué opinaba de usar alguna crema para los nudos. Me recomendó una de venta libre y me indicó que la aplicara en movimientos circulares que respeté con abnegación.
Mi mujer, a estas alturas, matizaba sus enseñanzas de respiración y yoga con informaciones sobre lo último que aparecía en la tele en los programas destinados a la salud. Me contó que uno de los médicos de esas emisiones había hablado del uso de ese tipo de cremas y había indicado su aplicación de manera vertical, tomando como eje la columna y realizando movimientos hacia fuera. Por ese entonces también, su asesoramiento venía con advertencias de pasar las vacaciones en paz, sin dolores o, al menos, sin quejas. Yo, íntimamente cada vez más preocupado, prometía.
Ya se acercaba el fárrago de las fiestas, cuando algunos conocidos me hablaron de los milagros de la quiropraxia. Era la primera vez que yo escuchaba la palabra, pero los comentarios eran contundentes. Alguien no dudó de calificarla de “mágica” y me pasó una tarjetita. Allí fui, casi dichoso de tan esperanzado. A la entrada del consultorio había un felpudo con un tosco dibujo de una columna vertebral y una inscripción: “Welcome to quiropractic”, lo que sonaba a “Bienvenidos al Paraíso”. Juro que no miento.
El kinesiólogo era más joven que yo, parecía muy seguro de sí mismo y no atendía por obra social.
Nunca imaginé que existiera una terapia semejante. Después de escuchar y registrar mi historia clínica y ver mis estudios anteriores determinó que, si bien había un pequeño desvío de columna, no era ésa la causa de mis dolores. No habló de artrosis ni de afecciones musculares. En cambio me prometió solucionar el problema en tres o cuatro sesiones. Me extrañó oír esto, pero no le di mucha importancia.
En su consultorio sólo había un escritorio y una camilla con una cabecera y unos posa-brazos ubicados de tal manera que, acostado boca abajo, la cabeza del paciente no se yergue sobre el resto del cuerpo y los brazos se apoyan naturalmente abiertos y distendidos por debajo de la línea de la columna. Parecía la máquina de En la colonia penitenciaria” de Kafka. Me pregunté si debía sumergir mi cara en el papel - visiblemente humedecido por el sudor de los pacientes anteriores-que cubría la cabecera. Para mi alivio vi que un prudente rollo deslizable montado a un costado de la cabecera permite cambiar con facilidad el papel sobre el que descansa la cara del paciente. Así me encontraba yo cuando el fisioterapeuta comenzó su trabajo. Al igual que la extraña camilla, me pareció ingenioso y sencillo. Básicamente consiste en realizar movimientos de presión fuertes y precisos sobre los puntos afectados de la columna, como si se tratara de enderezar una madera vencida hundiéndola por su parte convexa. Luego me hizo ubicar de costado e intentó alinearme nuevamente como si mi espalda fuese un ocho que procuraba desenredar. Las sesiones se completaban con algunos chequeos de reflejos y movimientos de equilibrio.
Desde la primera visita demostró antipatía hacia los fármacos, respetó el uso del colchón duro y concedió la crema para las contracturas por unos días. Según él, lo fundamental era que los movimientos de su aplicación debían hacerse en forma vertical, pero de abajo hacia arriba. Desacreditó la eficacia de las sesiones de calor. Las sustituyó por quince minutos diarios de hielo. -Para desinflamar-dijo.
En la cuarta y última sesión me dio unos ejercicios de cuello, cintura y hombros que yo conocía y restituyó los abdominales. También me prohibió todo aquello por lo cual mi vida tiene algún solaz: leer, mirar pelis, tocar la guitarra. En eso sí los de su especie se parecen a dioses: por lo represores. En cambio, alentó la idea de las caminatas, pero en terreno blando. Curiosamente la razón que dio fue la misma por la que el clínico había indicado suelo duro.
Llegado a este punto, creo que no vale la pena relatar mis experiencias con el reumatólogo al que me entregué después del fracaso del mago de la quiropraxia. Sólo fue un poco más de lo mismo, incluidas las contradicciones con sus predecesores. Por mi parte ya estaba convencido de que cada doctorcito aplica indiscriminadamente su librito. Y que pase el que sigue.
También estoy seguro de que la gente exagera sus virtudes para justificar el peregrinaje por las obras sociales, el dinero malgastado y el tiempo derrochado en la incomodidad proverbial de las salas de espera.
Por otro lado, los litros de los “milagrosos” tés de unos yuyos aborrecibles que me recomendó una vecina, sólo me habían producido unos retortijones compulsivos y una diarrea inolvidable.
Dos semanas después de que el reumatólogo terminara conmigo empezaron, por fin, las vacaciones largas. Por esos días, lejos de mis expectativas, mi espalda comenzó a sacudirme como nunca. Me sentía inutilizado de dolor.
Por ese entonces el sesgo didáctico de mi mujer había sido íntegramente sustituido por los reproches. Creo que con ello exteriorizaba la preocupación o peor aun, el temor, por lo que me estaba pasando.
Por ese entonces ella comenzó a esbozar la teoría de que mis dolencias eran psicosomáticas. Con mi masculina tosquedad yo me preguntaba si ella me creía capaz de inventar todo lo que me ocurría para restarle protagonismo.
A finales de febrero su hipótesis se convirtió en certeza y en marzo yo comenzaba las sesiones con una onerosa psicóloga especializada en sistémica. Esta vez la recomendación vino de mi propia mujer ya que ella se había hecho atender por ella unos meses después de que ocurriera aquello.
La psicóloga me sugirió la idea de escribir mi experiencia. De esa manera, me decía, podría hacer transferencia en mis personajes. Así, le explicaba yo después a La Negra, la catarsis de mis lectores terminaría de enajenar mis dolencias. Incluso le dije que ya había pensado el inicio y el final de mi relato.
Como tantas veces no sé por qué no me detuve a tiempo. Hacía un buen rato que Silvia me escuchaba con el rostro endurecido. Yo seguí hablando como si una parte de mí se negara a darse cuenta de lo que se avecinaba. Otra parte, en tanto, seguía exponiendo como si estuviera dando una clase con un entusiasmo repentinamente renovado.
Cuando mi solipsismo se tomó un respiro, ya era tarde. Silvia me estaba asestando esa mirada que tan bien le conozco en la que conjuga lo peor de ella y lo peor de mí.
-Me tenés harta con tu espalda.-fue su comentario intempestivo.

Desde entonces casi no hablamos más del asunto.
Algunas veces por cortesía, creo, me pregunta cómo estoy. Lacónicamente le respondo “bien” y cambio de tema.
En marzo de este año compré un mp3.
Lo incorporé a mis caminatas que desde entonces, se han hecho musicales.
Aunque ya no hago mucho caso, todavía me duele.

martes, 15 de julio de 2008

GRACIAS , ALEJANDRA!

ALEJANDRA ACABA DE MANDAR ESTE MATERIAL MUY GRACIOSO: OJO CON LAS CIRUGÍAS!!!. QUE LO DISFRUTEN. MUCHAS GRACIAS, ALE!!!.

Ojoooooooooo con las cirugías!!!!!


Una mujer de 45 años sufre un cuadro coronario agudo y es sometida a una cirugía de revascularización de urgencia. Mientras está en la mesa de operaciones tiene una experiencia cercana a la muerte:.....Ve a Dios...., y le pregunta si en verdad va a morir. Dios le dice que no, que va a vivir 30 ó 40 años más. La mujer se recupera y decide aprovechar.
Vuelve al hospital para hacerse una liposucción en los muslos y abdomen.
Después de 2 semanas de recuperada y luego de 120 sesiones de masaje y gimnasia modeladora,reingresa para una cirugía estética: se levanta el pecho, se arregla la nariz,un poco más de cola, siliconas en los labios, fuera las arrugas y patas de gallo!!!También microcirugía de várices, se engrapa el estómago para comer menos, se saca las dos costillas inferiores para afinar el talle y toda otra cosa posible para verse más joven y bonita ya que tiene tantos años por delante.Cuando por fin sale del hospital luego de su última operación, cruza la calle, la atropella una ambulancia!!!......Y se muere!!!...........
Otra vez frente a Dios le pregunta indignada:-'¿ Pero DIOS qué me haces...???? ¿Qué es esto...??? ¿No era que iba a vivir 30 ó 40 años más..???

Dios la mira perplejo y le dice:
'¡BOLUUUUUUDAAAAAAAAA...!!! TE JURO QUE NO TE RECONOCÍ !!!

lunes, 14 de julio de 2008

JUGANDO A LA DERIVA

A LA DERIVA SELECCIONADO
HOLA A TODOS. AQUÍ VA LO ÚLTIMO DE MI MENTE AFIEBRADA. CREO QUE TODOS CONOCEMOS EL CUENTO "A LA DERIVA" DE HORACIO QUIROGA. EN CASI 20 AÑOS DE DOCENCIA CREO QUE NO HE DEJADO DE DARLO O REFERIRLO PORQUE ES UN CUENTO QUE ME SUBYUGÓ EN LA ADOLESCENCIA Y NUNCA ME ABANDONÓ. CREO QUE SU ORACIÓN INICIAL ES SUFICIENTE COMO PARA CONSIDERARLO UNA PIEZA DE MÉRITO. COMO SABEMOS NADA EN ÉL HAY DE CÓMICO. SIN EMBARGO...LA CUESTIÓN ES QUE ME HE TOMADO LA LICENCIA DE RE-CREARLO EN FUNCIÓN DE LAS INTENCIONES DE ESTE BLOG.LA COSA ES ASÍ. LO REESCRIBÍ Y TRANSFORMÉ EN UNA PIEZA HUMORÍSTICA (CREO) PERO ¡ATENTI! SIN AGREGAR NI UNA SOLA FRASE MÍA, SÓLO COMBINANDO DE OTRA MANERA PALABRAS Y FRASES DEL MISMO TEXTO DE QUIROGA. EL RESULTADO SE LLAMA "A LA DERIVA RE-CARGADO".PARA QUE VEAN QUE NO HICE TRAMPA, SUBO PRIMERO EL CUENTO ORIGINAL. (ESTÁN DESTACADAS LAS FRASES Y PALABRAS QUE USÉ PARA TRANSFORMARLO). LUEGO, EL NUEVO. ESPERO LOS COMENTARIOS. UN ABRAZO A TODOS. RICARDO.

A LA DERIVA RE-CARGADO


A LA DERIVA RE-CARGADO


El hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas como relámpagos con sensación de tirante abultamiento. ¿Qué sería? Pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su mujer. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente. La voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. — ¡Dorotea! - rugió, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La sed lo devoraba. El hombre tragó de la damajuana y apresuradamente siguió por la picada hacia su rancho.
Echó una veloz ojeada a la monstruosa hinchazón.
Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre su mujer.
El hombre, con sombría energía, se bajó el pantalón. La carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
— ¡No—protestó la mujer.
— ¡Dorotea! —rugió con un juramento
— ¡No, te digo.
El hombre pretendió incorporarse, pero un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la pierna.
Sacó el machete de la cintura. Su mujer vio la amenaza y corrió espantada.
El hombre pensó que no podría fácilmente atracar. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa.
—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves. Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.
El sol había caído ya. El hombre se arrastró por la picada en cuesta arriba.
El paisaje allí es agresivo. Su belleza sombría corre en el fondo de una inmensa hoya, desde las orillas bordeadas de negros bloques cuyo fondo detrás se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El palo asciende, negro también.
— ¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.— ¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor.
Dirigió una mirada allá abajo. La carne era ya un bloque durísimo que reventaba la ropa. El hombre pensó que podría él solo. Durante un instante contempló la hinchazón y estiró velozmente los dedos de la mano.
El hombre, semitendido, rugió.
El bienestar avanzaba. Se sentía cada vez mejor. Su pecho se abría en lenta inspiración. El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro.
La respiración se precipitaba, el aliento parecía caldear más y una sensación de fulgurantes relámpagos, comenzaba a invadir todo. El hombre alcanzó a lanzar un estertor y de pronto desbordó. En incesantes borbollones.
Y quedó tendido de pecho, exhausto.
El monte dejaba caer su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre.
El hombre sentía ya una somnolencia llena de recuerdos.
Se hallaba bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo.
La víbora era ya algo blanduzco. Manos dormidas la dejaron caer.
Pero, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.









A LA DERIVA SELECCIONADO (EL CUENTO)

A la deriva
de Horacio Quiroga

El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo—. ¡Dame caña!—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez—dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.—¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves . . .El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.—Un jueves…Y cesó de respirar.

A LA DERIVA SELECCIONADO

HOLA A TODOS. AQUÍ VA LO ÚLTIMO DE MI MENTE AFIEBRADA. CREO QUE TODOS CONOCEMOS EL CUENTO "A LA DERIVA" DE HORACIO QUIROGA. EN CASI 20 AÑOS DE DOCENCIA CREO QUE NO HE DEJADO DE DARLO O REFERIRLO PORQUE ES UN CUENTO QUE ME SUBYUGÓ EN LA ADOLESCENCIA Y NUNCA ME ABANDONÓ. CREO QUE SU ORACIÓN INICIAL ES SUFICIENTE COMO PARA CONSIDERARLO UNA PIEZA DE MÉRITO. COMO SABEMOS NADA EN ÉL HAY DE CÓMICO. SIN EMBARGO...
LA CUESTIÓN ES QUE ME HE TOMADO LA LICENCIA DE RE-CREARLO EN FUNCIÓN DE LAS INTENCIONES DE ESTE BLOG.
LA COSA ES ASÍ. LO REESCRIBÍ Y TRANSFORMÉ EN UNA PIEZA HUMORÍSTICA (CREO) PERO ¡ATENTI! SIN AGREGAR NI UNA SOLA FRASE MÍA, SÓLO COMBINANDO DE OTRA MANERA PALABRAS Y FRASES DEL MISMO TEXTO DE QUIROGA. EL RESULTADO SE LLAMA "A LA DERIVA RE-CARGADO".
PARA QUE VEAN QUE NO HICE TRAMPA, SUBO PRIMERO EL CUENTO ORIGINAL. (ESTÁN DESTACADAS LAS FRASES Y PALABRAS QUE USÉ PARA TRANSFORMARLO). LUEGO, EL NUEVO. ESPERO LOS COMENTARIOS. UN ABRAZO A TODOS. RICARDO.

JORGE

MUCHAS GRACIAS JORGE POR TU INVITACIÓN!! CON MUCHO GUSTO VOY A VISITART TU BLOG Y APORTAR ALGO. lO MISMO DIGO PARA VOS. HAY QUE TENER EN CUENTA QUE EL MÍO ES UN BLOG DIRIGIDO A ADULTOS, PERO SI QUERÉS COLGAR EL TRABAJO DE ALGÚN CHICO QUE TE PAREZCA QUE SE ADECUE AL CONTENIDO Y LA INTENCIÓN DE ESTE BLOG, CON MUCHO GUSTO. ME GUSTARÍA SABER CÓMO SUPISTE DE SU EXISTENCIA. YA ESTARÉ ALLLÍ. UN ABRAZO. RICARDO.

sábado, 12 de julio de 2008

para publicar

Hola a todos!!!¿Cómo lo están pasando?
Transcribo a continuación el instructivo que proporciona Blogger para que muchos autores puedan publicar sus propias entradas al blog. Ahí va.


Las personas que participarán en el blog recibirán en breve un mensaje de confirmación. Dichas personas deben disponer de una cuenta en Blogger. De lo contrario, deberán crear una.

Vale decir, Uds. recibirían un mensaje de correo electrónico confirmando. Los que deseen adherir a esta propuesta y publicar, deberían abrir una cuenta en Blogger.
Si quieren ahorrarse este trámite, sigue en pie la oferta de que me envíen material a mi mail
ricardobarberis@yahoo.com.ar y desde allí lo subo.

Les recuerdo que estoy aprendiendo. Pido disculpas por las molestias y torpezas. Si alguien conoce una forma más directa, please mande un mail.

Espero relatos, pedidos, ideas.
ricardo.

viernes, 11 de julio de 2008

Un poquito de paciencia

No me voy a cansar de agradecer a todos por el aliento y los comentarios. Esto recién está empezando. Les pido un poquito de paciencia porque soy totalmente recién llegado a esta increíble ventana que es un blog.
En breve espero poder publicar las instrucciones para que Uds. puedan postear sus trabajos para incluirlos aquí. También podemos hacerlo desde mi mail; yo desde allí los subo sin atribuirme la autoría (hay alguien especialista en derecho de Autor que perseguiría hasta Alaska si faltara a mi palabra), pero hay una forma para que lo puedan hacer Uds. directamente acá.
A los recién llegados, en la presentación están delineadas las intenciones generales de esta propuesta.
A todos gracias!!, manden trabajos, ideas, sugerencias, todo lo que tengan ganas. Este tipo de blogs son obras de todos.
AVANTI CON LOS FAROLE!!!!
Ricardo.
Ahh!!! guarda porque se viene foto del quetejedi en breve. (para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero que nunca falta)

ANA MARÍA, ALICIA

Gracias!!! por los mails, los comentarios, el apoyo. Voy a ir enriqueciendo la página periódicamente, pero espero, especialmente el enorme aporte que Uds. pueden hacer.
gracias Alicia por las fantásticas ideas que sugerís. De a poco vamos a tratar de ir concretando.
Un beso grande y adelante!!
Ricardo.

sonia

Hola, Sonia!! No sabés cómo me alegra leer tu respuesta!!! Muchísimas gracias por ella y por tu apoyo.
Estoy recibiendo muy buena onda y comentarios verdaderamente alentadores. También varias propuestas muy beunas de varios invitados.
Por favor, animáte, dále . Hay que perder la timidez. Pueden surgir cosas muy interesantes y (como todo en Internet) armarse una red que andá saber en qué puede derivar.

jueves, 10 de julio de 2008

Hernán

Gracias Hernán! No nos conocemos, pero si sos amigo (tal vez virtual como yo) de Martín, no hay nada más que decir.
No sabés cuánto aprecio que te haya gustado "Sala de espera". Hoy agregué algunas más. Está teniendo buena acogida (perdón) Comida China.
¿No te animás a subir algo? No hace falta ser literato. Puede ser una anécdota graciosa. La idea, te has dado, es crear un espacio divertido.
Un abrazo y espero que éste sea el inicio de una amistad.
Ricardo.

Gracias

gracias!! Yanina (Gracias por el primer comentario en el blog), José Luis, Candela, Alicia, Claudia, Cecilia por el aliento.
Anímense a apoortar alguna anécdota divertida. El propósito es divertirnos un poco para contrarrestar las pálidas que siempre acechan.
Acabo de agregar algunas historias más. Espero las de Uds. Gracias y un beso buena onda.
Ricardo.

algunos más

Para animarlos, van algunos más que acabo der subir. Que los disfruten con salú.

TOTAL ES MUDA



Al hacer su entrada al curso, me levanto del escritorio ante la pasividad del alumnado espontánea y fugazmente silenciado ante lo inusual de la interrupción.
Después de las presentaciones, el recién llegado-saco azul, camisa a rayitas celestes y blancas, pantalón gris oscuro, zapatos marrones viejos- con una sonrisa impostada intenta bromear sobre los estudios y hace algunas preguntas azarosas.
Una muchachita parecida a Cameron Díaz, pero de cabello castaño e inocultables granitos en la piel mate, contesta desde la segunda hilera. Algunos se codean e intentan burlas solapadas que la mirada focalizada de la Regente no alcanza a reprimir del todo.
- Un cuento que se llama “A la deriva”.
De espaldas a los que lo secundan, el visitante se dirige a mí y me mira para confirmar lo que acaba de oír.
Afirmo y, por las dudas, aclaro: -Es un cuento de Quiroga.
Ante el gesto confuso de las cejas de su interlocutor, quien ha sacado de su bolsillo una libretita y una lapicera, me apuro a agregar:- Horacio Quiroga.
Exageradamente interesado, ante las sonrisas nerviosas de sus acompañantes, la indolencia inconmovible del estudiantado y mi hartazgo, el inspector, dibujando minuciosamente cada letra, escribe A la deriva de Oracio Quiroga.
Después guarda prolijamente la libretita y, seguido por las autoridades del colegio, sonríe, saluda y se va.

COMIDA CHINA

Miércoles, 11 a.m.:
Any nos cuenta que unos chinos amigos suyos abrieron
una rotisería de comida china (no si vu’a ser de tamales) y se deshace en elogios hacia su sana y prolija gastronomía. Mi mujer, entusiasmada, me pregunta si no quiero que vayamos a comprar comida allí, justo el día de nuestro consabido asado sabatino (o sabático). Debo reconocer su habilidad. Sabe que delante de Any, por educación, no me puedo negar. Sonrío y miento un diplomático cómo no. Para el sábado falta rato y en el medio algo puede cambiar.
Jueves, 15 p.m.
-¿Vamos el sábado al mediodía, entonces? –me pregunta mi mujer con los ojos brillantes.
Farfullo un “bueno” ininteligible y engañoso. La esperanza no se pierde, pero se debilita.
Viernes, 13 p.m.
- Qué lindo! Mañana a esta hora vamos a estar comiendo la comida de los chinos- exclama La Negra. Su entusiasmo crece en forma directamente proporcional a mi desánimo.
- ¿Y qué hacemos con el asado?- aventuro con timidez
- Pero cómo! Vos me dijiste que el domingo íbamos a comer locro. No vamos a comer asado también el fin de semana!.
A juzgar por el tono, convenía un rápido cambio de estrategia o me quedaría sin locro, sin asado y sin techo que me ampare. Como diría el sabio Mendieta: Negociemos, Inodoro.
Y negocié.
Sábado 12:15 p.m.
Hago mi entrada a la rotisería china con mi mejor máscara de interesado. Ah!, sí, no basta con-ceder, además hay que mostrar que uno comparte la felicidad de su cónyuge. Llevo conmigo el encargo de comprar un poco de cada cosa para probar de todo. Y que no me olvide de comprar fideos de arroz (sugerencia de Any a quien tanto estimo) y unos palitos chinos. Y de pedirle al chinito que atiende la rotisería que me enseñe a usarlos para que yo después le enseñe a ella.
El único acercamiento con la cultura china que tengo es que , cuando joven, me gustaban las chinitas. Y ahora altro qué.
Sábado 13 p.m
Metido inexorablemente hasta los tuétanos en el asunto, la hago completa. En la mesa extiendo unos mantelitos individuales de esterilla que me parecen atinados. Encima, sendos pares de palitos y un tenedor y un tramontina, por las dudas. Abro todas las bandejitas y me dispongo a emplatar (término culinario aprendido en Utilísima Gourmet en otras tantas oportunidades de aplicar el consejo del sabio Mendieta). Uso unos platos blancos de forma octogonal y dispongo cada bocado en cada uno de los laterales remedando un gastronómico Tao Te Ching de Lao Tsé. Lo que no sé es si mi mujer apreció la referencia porque antes de darme cuenta, sin disimular su arrobamiento y no contenta con semejante despliegue, empezó a preguntarme cómo se llamaba cada cosa.
¡La puta que lo parió! -pensé con la sonrisa congelada y el plato en el aire. Sin embargo, me repuse al toque y hábil, veloz y certero, apelé a mi frondosa imaginación de la cual surgieron ahí nomás respuestas como:
- Bueno, mirá, esto se llama Fu-mao. Esto otro, Chu-mao, y éste es Chan-chi-Mu. Después tenés el Me-o-chin ,
el Mi-ki-noto (ahí me salió medio ponja. Pero ponja, chino, andá a distinguir) y éste otro se llama Chau-Mao
-Ay! Cuántos que terminan igual! ¿Es por Mao-Tsé-Tung?
¡Cagamos! – pensé- Se avivó!
Pero, imperturbable, seguí con el macanazo.
- ¡Yo también le pregunté lo mismo! Y el chino me respondió que puede ser, pero que, en realidad, Mao es una vieja palabra de la tradición milenaria que significa “el susurro del viento que estremece las hojas del bambú”
Casi la desmayo.
Cuando se repuso del idilio oriental me preguntó cómo se llamaban los fideos de arroz que reposaban en el centro del octógono.
Ah, ésos son los Chin-o-yag (que se pronuncia como y latina y se lee al verse)-repuse, convencido.
Después de todo ¿quién te garantiza que los chinos no te mientan también?. Por ejemplo ¿qué carajo quiere decir chop –suei o sushi?. Imagináte estos significados posibles:
chop-suei = negro pijudo
chau-fan= una flor de poronga
shushi: el culo roto.
Y a continuación, este diálogo entre dos viejas que le cuentan a sus amigas que fueron a comer a un restaurante chino
-Divino! Primero pedimos un chop-suei, después comimos chau-fan y terminamos con shushi.

Prosigo. Si vos creés que zafar de esto fue difícil, te quiero ver tratando de domar los palitos putos ésos. Apenas arrancamos, mi mujer me pide que lo intente yo y después le enseñe. Ella, mientras tanto, ya esgrimía el tenedor y atacaba algo parecido a un tronquito anaranjado hecho andá a saber de qué. ¡Flor de viva! Rememoré las lecciones del chinito diligente y arremetí con el arroz que tenía unos pedacitos de verduras y una fetita microscópica de un honguito que terminé ensartando como a una mojarrita escurridiza. Tanto trabajo al pedo porque era imposible sentirle gusto alguno de tan chiquito. Podría haber sido un hongo o, para el caso, un pedito de monja. Con el arroz, para qué te cuento. En uno de los temblequeantes intentos fallidos unos granitos fueron a parar al piso. Woody, como siempre, desde debajo de la mesa acechaba la posible caída de algún alimento nuestro; parece hijo ‘e negro: siempre esperando que caiga comida de arriba. Se tiró de cabeza a los granitos de a rroz, pero no alcanzó a tragarlos, los escupió y se retiró, frustrado, a su rincón expectante. Hijo ‘e Mitre, al fin.
Para ese entonces, La Negra había promediado su plato. Yo, por mi parte había recalentado 3 veces el mío que se enfriaba por la pérdida de tiempo en tratar de sostener algo y, para entonces, arremetía contra los fideos de arroz. Any los había descrito como unos fideos muy finos. A mí me hacían acordar al puñado de pelos míos que quedan taponando el resumidero del lavabo cada vez que me lavo la cabeza. Envalentonado porque los fideítos se enredaban en los palitos y se caían menos, le entré a unas albóndigas de soja. ¡Cómo decirlo! Parecían zoretitos de gato bañados con una salsa diarreica. Pero acá fue peor: aquello no sólo se caía por el dudoso equilibrio, sino que además resbalaban en la salsa (se refalaban en la propia caca, bah!). En una de las arremetidas, se me cayeron dos o tres al suelo y otra vez Woody, atento, se fue al humo. Esta vuelta no los probó. Los volvió a oler, me miró como diciendo ¡Vos me estás jodiendo o me viste cara de gil a mí!, pegó la media vuelta ofendido y se sumergió en la cucha. De ahí no salió hasta pasada las cuatro de la tarde.
A todo esto la Negra estaba liquidando todo, extasiada. Mientras tanto, yo tanteaba mi cuello con un palito para encontrar mi yugular y con el otro encaraba una especie de caneloncito frito cerrado en los extremos sin bolognesa ni crema ni queso. Un asco. Como aquello excedía el tamaño de Pulgarcito, abandoné la vajilla oriental y le entré con cuchillo y tenedor, pero el tramontina bajaba hasta el plato y no lograba cortar nada. Me pregunté cómo habría hecho mi mujer. Desistí.
A esa altura poco me quedaba por hacer. En sendos laterales del plato había dos bollitos aplastados (contra la pared seguramente) uno marroncito y otro medio amarillo. Disimuladamente probé la consistencia con el dedo para ver con qué atacarlos. Sopesando tamaño, diámetro, consistencia y textura, opté por esgrimir los dos palitos como Anthony Perkins en la escena de la ducha y en un descuido de mi mujer les asesté una puñalada precisa, los ensarté a los dos al unísono, y me los mandé de un solo saque. Por las dudas, apuré un trago abundante del Castel Chandon adquirido ex profeso para la ocasión especial. Nunca mejor elegida la marca. A esas alturas me sentía como Juan Pablo, el pintor de la novela de Sábato, cuando sospecha que Hunter se la está cepillando a María. Pero como los palitos no sirven ni para hacerse el harakiri y el Castel siempre cumple, me tranquilicé. Recordé las palabras del Maestro leídas en un póster de la rotisería:
Si se evitan las acciones
Todos viven pacíficamente.
Después de todo, al día siguiente era domingo 25 de mayo y el locro surgía ante mis ojos con su promesa redentora.

hablemos en serio

HABLEMOS EN SERIO


Hace unos días un colega me comentó que se sentía culpable porque se había olvidado de traerme no sé qué video que me había prometido. Para consolarlo, le dije que hablar de culpa me parecía exagerado.
Además, díjele si vamos a hablar de culpa, disculpáme, no lo tomés a mal, pero hablemos en serio. Culpa, lo que se dice culpa es lo que sentí esta mañana cuando, al tratar de abrochar el único pantalón grueso que hasta el invierno pasado me entraba, descubrí con sorpresa que había encogido 2 talles (el pantalón, digo). No te voy a negar que traté de endosarle la culpa a Tita y sus métodos de lavar, pero me pareció una ex-cusa rastrera, así que hundí la panza, concentré mis fuerzas en el botón que apresaba con dificultad entre mi pulgar y el índice de mi diestra mano mientras con la siniestra tironeaba de la presilla (aporte lexicográfico de Utilísima Puntos y Puntadas). Después de reiterados fracasos, logré el objetivo propuesto porque, como bien dice el saber popular, persevera y triunfarás. Claro que también es cierto que la gloria es efímera; apenas solté el aire, el botón salió disparado cual saeta, rebotó contra un herraje del ropero y en su trayectoria mortal casi despeinó la oreja izquierda de Woody que dormitaba aún. Aterrizó abajo de la cama, entre 2 pelusas orondas que la aspiradora de Tita eludió tantas veces con vehemencia tenaz.
-Bueno; esto se pone feo...murmuré entonces como el Paulino aquél. Claro que no me había picado una víbora sino el bagre y por bastante tiempo debo haberme dedicado a calmarlo, a juzgar por el diámetro abdominal que, como aquella hinchazón literaria, no hacía más que crecer.
Pensé en pedirle caña a mi mujer pero conforme al antecedente citado, lo temprano de la hora y la consuetudinaria indocilidad de mi cónyuge no sólo iba a ser al pedo sino suicida.
Me enfundé como pude, amarré el lompa con un alfiler de gancho (contribución de Practiquísimas .com), tapé con un suéter cortón pero eficaz aún y me fui a trabajar.
Al volver, presto, me enbuzé, me enzapatillé, me encamperé y me dirigí, cual practicante de un deporte de alto riesgo, a redimir tanta molleja responsable y tanto locro ominoso.
Salí a caminar por (culpa de) la cintura cósmica del Sur.

miércoles, 9 de julio de 2008

sala de espera

SALA DE ESPERA

LLego a la sala de espera y encuentro tres mujeres imponentes de edades variadas -entre 30 y 50 a ojo de buen cubero- . A juzgar por el trato desembozado, amigas o familiares entre sí.
Sólo una silla libre al lado de la rolliza más joven me convocaba. Me senté (de cuerpo y alma) con hidalguía y patriotismo.
Con disimulado desinterés abrí mi flamante libro del egipcio Mahfuz y me dejé llevar por su prosa excelsa. Las letras se deslizaban, amenas y subyugantes, ante mis ojos ávidos. Empero, la proximidad ineludible de la más joven y el roce obligado con su humanidad prominente, pegada a mi flanco izquierdo, dificultaba mi concentración. Ingenuo de mí, aquello era sólo el principio.
En un movimiento dudosamente subrepticio, la joven y voluminosa mujer adelantó uno de sus pies y, con total naturalidad, liberó el suyo de la prisión de unos zuecos en los que era inevitable apreciar la contundente factura de un Batacazo o un Tamango's tal vez. Compenetrado en la lectura, intenté eludir la tentación de focalizar la mirada en el peceto recientemente liberado a escasos centímetros de mis propios pies, decorosamente cubiertos por unos mocasines New Style color borravino.
Pero no resultaba fácil.
Aquello era un alarido visual, un Munch cumbiambero diría.
Mahfuz, por su parte, resistía el embate e insistía, estoico, desde la seguridad de su narración prolija:
-Léeme, avezado lector; ten confianza – parecía susurrar- ¿Qué hallarías en el profano mundo que no pueda brindarte mi pluma heredera de la civilización que veneró a Osiris y erigió la esfinge?
Mientras, del otro lado de sus márgenes, una destemplada voz silente en la pulcritud del recoleto nosocomio, parecía demandar:
- ¡¡¡Miráme, che!!!
Te aseguro, mi paciente lector (si es que hasta aquí has sido indulgente con mi relato), que durante unos minutos la lectura del laureado egipcio logró mantenerme en el camino recto, pero pronto comenzó a incomodarme el denodado esfuerzo que mi inquieto espíritu hacía por no apartarme de él al inicio de cada renglón, toda vez que el límite izquierdo de mi campo visual tropezaba inexorablemente con la tremenda desnudez pedestre que seguía profiriendo su demudado grito.
La dueña de la maravillosa visión parloteaba con sus amigas (o familiares) en tono jocoso y dicharachero, mientras ventilaba sus metacarpos. Creo que para ese momento intentaban canturrear algunas encomiables melodías de Xuxa.
Hasta que, débil materia humana al fin, lo vi.
“Oh! ¡Cuán insuficiente es mi lenguaje y cuán débil para expresar mi concepto! Tan lejos de lo que vi está lo que digo, que prefiero no decir nada a decir poco.”
¡Quién pudiera, cual magnífico Dante, expresarse así para decir lo indecible! Mas, pálido mortal sin talento ni valor, reforzaré mis empeños para vencer la opacidad de mi verba.
La antedicha extremidad de mi portentosa vecina ostentaba un mayúsculo dedo mayor (más conocido como dedo gordo, apelativo de mérito en el caso que me ocupa), cuya uña parecía mordisqueada, al modo de aquellas de manos adolescentes en las que el repliegue de la uña acarrea el levantamiento de la yema, como si fuera una bolita o una lomita de carne que se monta sobre el filo de la uña por razón y efecto de la mordida voraz. Tal ocurría con la del mencionado dedo de mi rotunda vecina.
Ningún motivo de escándalo podría reparar lo hasta aquí dicho. Mas, cual urbano Fierro, permíteme, amigo lector, invocar a los santos milagrosos para que “…vengan todos en mi ayuda/ que la lengua se me añuda/ y se me turba la vista./ Pido a mi Dios que me asista / en esta ocasión tan ruda. “
Y no es para menos porque, a la sazón, la particular uña desenfundada, al igual que sus fieles compañeras, exhibía un arañado color blanco de singular textura. Diríase, sin pecar de fantasioso, que habían sido pintadas con Liquid Paper o, mejor aún, a la cal y brocha...gorda.
Cual Dante (y perdona su reiterada mención) “…quedó mi vista consumida”.
En ese momento resonó en mis oídos la cavernosa voz de Brando- siniestro Kurtz-: “¡Qué horror!”
A esa altura, mis prominentes vecinas habían acertado con la letra que procuraban regurgitar a viva voz entre risas festejantes. Cual espantado Dante (y prometo no volver a profanar su inmortal memoria), “Horrorizado exclamé - ¿qué es esto que oigo y quiénes son esas gentes …?”
Bueno, en realidad no lo exclamé porque me contuve, no sin esfuerzo. Creo que hasta Mahfuz gemía, desde su olvidado lecho de papel y tinta.
Con desembarazada intención supuse que, si de tal modo decoraba sus henchidos pies, algo no muy diferente pasaría con las uñas de sus manos. Claro que no me resultaba posible, en la posición en que me hallaba, satisfacer mi maliciosa curiosidad sin pecar de indiscreto o asqueroso.
Mis ojos comenzaban a dolerme por el esfuerzo de simular atención en mi elevada lectura y ampliar el campo visual del rabillo del ojo izquierdo como para que alcanzara las extremidades superiores de mi próxima quien, para colmo, tenía los brazos en cruz y las ocultaba de mi vista.
En ese instante, un hecho fortuito aconteció: una de las rebosantes señoras extendióle a mi ladera- que seguía refrescando sus cutículas calinas - una bolsita con caramelos de la cual se sirvió con fruición. Estoy seguro de que, en verdad, tanto ella como su oferente hubiesen preferido un choripán con chimichurri, pero, conjeturo que el presupuesto insumido en enchastrarse las uñas de los pies con líquido corrector no debió darle otro margen más que para aquellos insuficientes caramelitos que las tres engullían mientras arrojaban sus envolturas en el encerado piso y seguían vociferando sublimes melodías, cual si algún productor de televisión las fuera a convocar para llevarlas a “Gatear por un sueño” o algún otro producto edificante.
Dos cosas ocurrieron simultáneamente: mi vecina destrabó sus manos para servirse de la bolsita y yo, aprovechando el sutil movimiento, levanté la vista, como quien es interrumpido de su ensimismamiento y alza la cabeza de su enfrascada lectura. De hecho, pude entonces comprobar – subrepticiamente claro está- mi escasamente riesgosa hipótesis: las uñas de las manos exhibían orgullosas el mismo blanco a la cal, pero, en este caso, estaban revestidas de un barniz para madera dura color brillante intenso que permitía resaltar las pinceladas a brocha gruesa del blanco de abajo y las chorreaduras de la laca protectora (no fuese que algún infortunio atentara contra la delicada ornamentación).
Las tres mujeres, envalentonadas entre sí, seguían canturreando, ahora con la boca llena.

Para mi fortuna, la puerta del consultorio del esperado galeno, se abrió en ese momento y una pulcra voz redentora, pronunció mi nombre.













EL DIARIO REIR

PRESENTACIÓN

HOLA A TODOS!!!.
HOLA A:

- LOS DEPRIMIDOS, LOS TRISTES
- LOS QUE HAN SIDO ABANDONADOS/AS POR UN AMOR QUE SE FUE Y
NO VOLVERÁ
- LOS DERROTADOS, LOS AMARGADOS
- LOS QUE PERDIERON LA ESPERANZA Y LA ALEGRÍA DE VIVIR
- LOS QUE QUISIERON Y NO PUDIERON .
- LOS QUE PUDIERON Y NO SE ANIMARON
- LOS QUE MIRAMOS LA VIDA DESDE UNA RENDIJA.
- LOS QUE TENEMOS UN JEFE O UN CÓNYUGE O UN PARIENTE QUE NOS VERDUGUEA
- LOS QUE QUISIÉRAMOS NO HABER NACIDO
- LOS QUE INTEGRAMOS UN INTERMINABLE ETC. QUE PARA QUÉ TE CUENTO

PERO TAMBIÉN
HOLA A TODOS AQUELLOS QUE NO ENTRAN EN NINGUNA DE LAS CATEGORÍAS ANTERIORES, MAL QUE NOS PESE A LOS QUE SÍ.

ME LLAMO RICARDO Y HE CREADO ESTE BLOG PARA COMPARTIR HISTORIAS DEL DIARIO VIVIR MATIZADAS CON UN TOQUE REFRESCANTE QUE ESPERO, LES GUSTE. PORQUE ESTOY CONVENCIDO QUE CUANDO MEJOR NOS VA, MÁS REÍMOS Y QUE CUANDO PEOR NOS SENTIMOS, MÁS NECESITAMOS REÍR

LOS INVITO A PUBLICAR LAS SUYAS.

LA CONDICIÓN ES QUE SEAN DIVERTIDAS Y QUE NOS ESMEREMOS POR PROPORCIONARLES UNA PIZCA DE LITERATURIDAD (AGUANTEN LOS FORMALISTAS!!), DIGO, DE FICCIÓN, DE EXAGERACIÓN O DE LO TENGAMOS GANAS PARA HACERLA ENTRETENIDA.
VOY CON LA PRIMERA Y ME DESEO Y LES DESEO SUERTE (NO LES DIGO LOS DESEO PORQUE TODÁVÍA TENEMOS QUE CONOCERNOS).
SE LLAMA: SALA DE ESPERA
ESPERO COMENTARIOS Y SALUTE!!!