viernes, 15 de agosto de 2008

DICHA

Queridos amigos:
No quepo en mí de la emoción que me desborda, incontenible, ante una bendición que ha caído en la vida que comparto con mi mujercita amada. Después de tantos años y de una inquietante espera, el señor ha iluminado nuestro humilde hogar con la llegada de un nuevo integrante de la familia.
Supongo lo sorprendidos que deben estar, pero no más conmovidos que nosotros. Estamos anodados, llorosos, estremecidos. Es muy fuerte lo que nos pasa. No paro de temblar mientras escribo.
¡Cuánto quisiera que lo vieran!! Es suave, no precisamente peludo, pequeño y cambió nuestras vidas justo cuando la rutina y el hastío amenazaban con apoderarse de nosotros. Hasta me atrevería a decir, aún a riesgo de pecar de cursi, que nos ha desempolvado viejas ternuras que creíamos olvidadas. Como dice el insigne poeta con preclaros versos:
"Cuando el amor renace
vuelve a cantar la vida,
vuelve la fe perdida
todo tiene sentido otra vez."
Y es así, nomás. Con ella lo miramos y nos miramos con los ojos empañados sin creerlo todavía, nos tomamos de la mano como hacía tiempo no hacíamos, lo alzamos con delicado amor (no las dos cosas a la vez, claro está). Estamos arrobados y perdón por el babeo. Toda la vida me he burlado de los que así se ponen en una situación similar, pero ahora que lo vivo los comprendo. ¡Cómo nos cambia la vida, hay que ver!
Desde luego, nos preparamos largo rato para esto, pero la experiencia es inenarrable. Acondicionamos una habitación, juntamos un dinero para que tenga lo que necesita, en fin, todo lo que uno hace por aquello tan querido y deseado. Claro que a veces, como buenos novatos, nos desvelamos preguntándonos si no hará demasiado frío o mucho calor para él o si la humedad no le hará mal, pero sé que con el tiempo nos iremos poniendo duchos y le iremos agarrando la mano a todo esto.
Nunca imaginé que un tipo tan hosco y triste como yo pudiera estar tan feliz. Les confieso que no logro resistir la tentación de sacarlo a cada rato de su lecho mullidito y no veo la hora de llegar a casa para hacerlo. Creo que mi mujer piensa que lo estoy malcriando. En realidad, siento que él me malcría a mí. Sé que suena absurdo, pero les aseguro que a veces me parece que me sonríe. Finalmente mi mujer, condescendiente, comprende mi apego y, enternecida también, me deja embobarme un rato más.
Si, babeo, ya lo reconocí y eso que no les dije que lo llamamos "bebé, cunumí, cosita linda" Increíble, ¿no? Me siento como un chico con un juguete nuevo. Sé que sabrán comprender y perdonar.

Bueno, queridos amigos, ahora los dejo; mi mujercita me está llamando porque desde su ojo único nuestro Epson de 4000 lúmenes, angelito del señor, ha empezado a proyectar la última de Cronenberg.


Con cariño.
El señor Ricardo