jueves, 25 de diciembre de 2008

REGALOS DEL NIÑO

La Negra tiene un taller en el que, entre otras menudencias prepara alumnos de variada edad, entre ellos algunos jóvenes usufrutuantes de la adolescencia que, al decir de un conocido de la casa y cito: "no es una edad sino una enfermedad".

Sabido es que para estas fechas la consuetudinaria estulticia de los humanos se potencia en efusiones que ya quisiera uno eludir sin tener que lamentar consecuencias. Por ende, La Negra, a la sazón mi mujer, está recibiendo regalos navideños de sendas madres agradecidas de que sus infaustos vástagos hayan sido rescatados del naufragio escolar, el paco y alguna que otra herpes.
Claro que, a juzgar por el gusto y refinamiento que tales obsequios denotan, yo preferiría que me putearan.

Regalos del Niño, sí. De la corriente.

Cariños de

Papá No-el, el hijo chimbo de Marlon Brando (Cfr. Superman I).

miércoles, 17 de diciembre de 2008

RIOBA

Nada peor que un burgués asustado, dice el dicho. Discrepo; por lo menos se me ocurren 220 cosas peores, pero por hoy viene a cuento.
En una de los encuentros con la parentela ésta charla entre sí acerca del mejor método para resguardar la integridad de sus bienes materiales.
Las opciones oscilan entre unas módicas rejas y un intimidante cerco eléctrico. En el medio lo que se sabe: mastines, alarmas colectivas, alarmas individuales, alarmas hasta en el culo, suegras dentadas, etc.
Al percibir nuestro habitual silencio, uno pregunta:
- ¿Y ustedes, chicos? ¿No ponen nada?
Aclaro: lo de chicos no es porque seamos tanto más jóvenes, sino tanto más pobres y es una de las sutiles maneras empleadas para marcar las diferencias socioeconómicas. No hay nada más lindo que la familia unita .
Mi mujer duda.
Intervengo: Nosotros, no. No ponemos nada.
Con la respuesta atraigo la atención:
-Pero ¿y no tienen miedo?
-No. Porque a nuestro barrio no vienen a robar.
Ante el desconcierto general me apuro en aclarar:
-De nuestro barrio salen.

Ricardo.

BON VIVANT

Los otros días cayeron de visita algunos enhiestos representantes de la familia, esos especímenes incorporados a nuestro amargo destino llamados parientes. Nombre que alguna vez habrá que analizar concienzudamente, ya que si su etimología deriva de par, ¿cómo se explica? : nada más lejos de la verdad. Y si es así, ientes ¿deriva acaso de los dientes que hincan con denuedo en la provista gastronómica ajena dilapidándola en un santiamén? Misterios etimológicos que no sabré resolver.
Como vivimos alejados del centro y los barrios caros en los que habitan, deben suponer que venir a casa es algo así como encarar la expedición a los indios ranqueles. La diferencia es que no vienen pertrechados sino desprovistos. De alimentos y bebidas sobre todo. La semejanza es que, como buenos invasores, no avisan. Para que no huyamos antes, claro está.
Pido disculpas, creo que la analogía anterior no fue del todo feliz. Más bien pareciera que vienen a la conquista y colonización con tal fiereza que reíte de la española. La pirámide arrasada, en este caso, hállase al fondo de la cocina, es blanca y en su cúspide ostenta un glorioso freezer que tampoco se salvará de la devastación. Así también quisiera yo hallarme "sentado en la famosa choluteca pirámide" cual neoclásico Heredia para defender con garras y honor precolombino la integridad de sus tesoros.
¿Para qué? Ya se sabe cómo terminó aquella historia.
Omito los detalles que compartiré en ocasión más propicia. Sólo diré que, cuando finalmente emprendieron la retirada, como siempre en esos casos, la casa exhibía un aspecto desolador, humeante, con los despojos de la invasión desparramados por doquier, las almas estragadas (la de la casa y la mía).
Al día siguiente, sintiéndose obligados a devolver la atención (?) tal vez, suelen invitarnos (y así lo hicieron) a comer una pizza pedorra comprada en el lugar más pedorro de esta pedorra ciudad. Un justiciero sentido de las proporciones: nosotros somos 2 y ellos, 57. Veinte años de ensagrentadas batallas con mi mujer me costó poder librarme de esas cordialidades. Hoy, hecho jirones y plagado de cicatrices puedo decir, triunfante al fin: No, andá vos, yo mejor me quedo a cuidarlo a Woody.
Nunca mejor aprovechado el pobre pichicho que mueve la cola desesperado ante la sola posibilidad de tener que revivir el enfrentamiento con la tropa parental.
Parte la Bruja. Ya ha oscurecido. La casa ha recuperado su orden (no sin antes haberme quedado hasta las 4 de la matina de la trasnoche anterior tratando de que así sea).
El silencio reina y una dulcísima paz invade la casa, a Woody y a mí.
Pongo música.
Pica el bagre que ha sido desatendido durante el almuerzo para equilibrar las calorías de la noche anterior, según mi mujer. Si así fuese, los parientes deberían quedarse sin comer una semana. Para equilibrar justamente, pienso y ni en pedo digo.
Sondeo en la billetera para encargar algo, pero en el oscuro fondo, sólo ha sobrevivido un insuficiente y pringoso billete de 2 pesos que ni para una aceituna alcanza. Sólo para consolarme a mí mismo diciéndome: hiciste todo lo que estaba a tu alcance, encaro la heladera.
Comala. Yerma. El desierto de los tártaros.
Una botella de agua a medio vaciar todavía se bambolea, aturdida por los fragores de la embestida reciente. Desalentado, hurgo sin expectativas. Sin embargo, inexplicablemente, han sobrevivido un sobrecito de ketchup, dos huevos y media cebolla (cebollita y huevo como la canción de Marziali, pienso).
Con un leve punto de luz alentador parpadeando en el final de mi alma, escalo la nevada cima.
Al abrir el freezer, casi grito. Semioculta tras una par de cubeteras desordenadas y vaciadas, encuentro ¡¡una caja de hamburguesas Paty!!! .¡¡¡Enterita!! Juro que me hinqué ante Quetzatcoatl y agradecí, estremecido por el llanto.
Cual Robinson al intuir la silueta de un bergantín ¡¡Salvado!! grité cuando me repuse, mientras cambiaba el disco de milongas tristes por otro, más apropiado, de carnavalitos festivos que comenzaron prestamente a hacer vibrar las paredes.
Resuelto el morfi ¿¡qué beber era el asunto!? Para agua no da y ocioso es aclarar que los malhechores habían chupado hasta el jugo de las canaletas. Mas...

Dios, que con su profético Don
nos dio el horror y la algarabía, (*)
me otorgó un amigo que un gran día
me obsequió una botella de ron.

Y que por supuesto guardo bajo 7 candados en un lugar inaccesible que ni a Uds. confesaré.
Y así fue: una exótica pero muy placentera combinación de hamburguesas con huevos poché y cebolla rehogada, ron salvadoreño y carnavalitos de la Puna. Y...
¡¡Bon apetit, bon vivant!!

Ricardo

PD: (*) Verso de yapa:
la sentencia no es del todo mía.