jueves, 10 de julio de 2008

COMIDA CHINA

Miércoles, 11 a.m.:
Any nos cuenta que unos chinos amigos suyos abrieron
una rotisería de comida china (no si vu’a ser de tamales) y se deshace en elogios hacia su sana y prolija gastronomía. Mi mujer, entusiasmada, me pregunta si no quiero que vayamos a comprar comida allí, justo el día de nuestro consabido asado sabatino (o sabático). Debo reconocer su habilidad. Sabe que delante de Any, por educación, no me puedo negar. Sonrío y miento un diplomático cómo no. Para el sábado falta rato y en el medio algo puede cambiar.
Jueves, 15 p.m.
-¿Vamos el sábado al mediodía, entonces? –me pregunta mi mujer con los ojos brillantes.
Farfullo un “bueno” ininteligible y engañoso. La esperanza no se pierde, pero se debilita.
Viernes, 13 p.m.
- Qué lindo! Mañana a esta hora vamos a estar comiendo la comida de los chinos- exclama La Negra. Su entusiasmo crece en forma directamente proporcional a mi desánimo.
- ¿Y qué hacemos con el asado?- aventuro con timidez
- Pero cómo! Vos me dijiste que el domingo íbamos a comer locro. No vamos a comer asado también el fin de semana!.
A juzgar por el tono, convenía un rápido cambio de estrategia o me quedaría sin locro, sin asado y sin techo que me ampare. Como diría el sabio Mendieta: Negociemos, Inodoro.
Y negocié.
Sábado 12:15 p.m.
Hago mi entrada a la rotisería china con mi mejor máscara de interesado. Ah!, sí, no basta con-ceder, además hay que mostrar que uno comparte la felicidad de su cónyuge. Llevo conmigo el encargo de comprar un poco de cada cosa para probar de todo. Y que no me olvide de comprar fideos de arroz (sugerencia de Any a quien tanto estimo) y unos palitos chinos. Y de pedirle al chinito que atiende la rotisería que me enseñe a usarlos para que yo después le enseñe a ella.
El único acercamiento con la cultura china que tengo es que , cuando joven, me gustaban las chinitas. Y ahora altro qué.
Sábado 13 p.m
Metido inexorablemente hasta los tuétanos en el asunto, la hago completa. En la mesa extiendo unos mantelitos individuales de esterilla que me parecen atinados. Encima, sendos pares de palitos y un tenedor y un tramontina, por las dudas. Abro todas las bandejitas y me dispongo a emplatar (término culinario aprendido en Utilísima Gourmet en otras tantas oportunidades de aplicar el consejo del sabio Mendieta). Uso unos platos blancos de forma octogonal y dispongo cada bocado en cada uno de los laterales remedando un gastronómico Tao Te Ching de Lao Tsé. Lo que no sé es si mi mujer apreció la referencia porque antes de darme cuenta, sin disimular su arrobamiento y no contenta con semejante despliegue, empezó a preguntarme cómo se llamaba cada cosa.
¡La puta que lo parió! -pensé con la sonrisa congelada y el plato en el aire. Sin embargo, me repuse al toque y hábil, veloz y certero, apelé a mi frondosa imaginación de la cual surgieron ahí nomás respuestas como:
- Bueno, mirá, esto se llama Fu-mao. Esto otro, Chu-mao, y éste es Chan-chi-Mu. Después tenés el Me-o-chin ,
el Mi-ki-noto (ahí me salió medio ponja. Pero ponja, chino, andá a distinguir) y éste otro se llama Chau-Mao
-Ay! Cuántos que terminan igual! ¿Es por Mao-Tsé-Tung?
¡Cagamos! – pensé- Se avivó!
Pero, imperturbable, seguí con el macanazo.
- ¡Yo también le pregunté lo mismo! Y el chino me respondió que puede ser, pero que, en realidad, Mao es una vieja palabra de la tradición milenaria que significa “el susurro del viento que estremece las hojas del bambú”
Casi la desmayo.
Cuando se repuso del idilio oriental me preguntó cómo se llamaban los fideos de arroz que reposaban en el centro del octógono.
Ah, ésos son los Chin-o-yag (que se pronuncia como y latina y se lee al verse)-repuse, convencido.
Después de todo ¿quién te garantiza que los chinos no te mientan también?. Por ejemplo ¿qué carajo quiere decir chop –suei o sushi?. Imagináte estos significados posibles:
chop-suei = negro pijudo
chau-fan= una flor de poronga
shushi: el culo roto.
Y a continuación, este diálogo entre dos viejas que le cuentan a sus amigas que fueron a comer a un restaurante chino
-Divino! Primero pedimos un chop-suei, después comimos chau-fan y terminamos con shushi.

Prosigo. Si vos creés que zafar de esto fue difícil, te quiero ver tratando de domar los palitos putos ésos. Apenas arrancamos, mi mujer me pide que lo intente yo y después le enseñe. Ella, mientras tanto, ya esgrimía el tenedor y atacaba algo parecido a un tronquito anaranjado hecho andá a saber de qué. ¡Flor de viva! Rememoré las lecciones del chinito diligente y arremetí con el arroz que tenía unos pedacitos de verduras y una fetita microscópica de un honguito que terminé ensartando como a una mojarrita escurridiza. Tanto trabajo al pedo porque era imposible sentirle gusto alguno de tan chiquito. Podría haber sido un hongo o, para el caso, un pedito de monja. Con el arroz, para qué te cuento. En uno de los temblequeantes intentos fallidos unos granitos fueron a parar al piso. Woody, como siempre, desde debajo de la mesa acechaba la posible caída de algún alimento nuestro; parece hijo ‘e negro: siempre esperando que caiga comida de arriba. Se tiró de cabeza a los granitos de a rroz, pero no alcanzó a tragarlos, los escupió y se retiró, frustrado, a su rincón expectante. Hijo ‘e Mitre, al fin.
Para ese entonces, La Negra había promediado su plato. Yo, por mi parte había recalentado 3 veces el mío que se enfriaba por la pérdida de tiempo en tratar de sostener algo y, para entonces, arremetía contra los fideos de arroz. Any los había descrito como unos fideos muy finos. A mí me hacían acordar al puñado de pelos míos que quedan taponando el resumidero del lavabo cada vez que me lavo la cabeza. Envalentonado porque los fideítos se enredaban en los palitos y se caían menos, le entré a unas albóndigas de soja. ¡Cómo decirlo! Parecían zoretitos de gato bañados con una salsa diarreica. Pero acá fue peor: aquello no sólo se caía por el dudoso equilibrio, sino que además resbalaban en la salsa (se refalaban en la propia caca, bah!). En una de las arremetidas, se me cayeron dos o tres al suelo y otra vez Woody, atento, se fue al humo. Esta vuelta no los probó. Los volvió a oler, me miró como diciendo ¡Vos me estás jodiendo o me viste cara de gil a mí!, pegó la media vuelta ofendido y se sumergió en la cucha. De ahí no salió hasta pasada las cuatro de la tarde.
A todo esto la Negra estaba liquidando todo, extasiada. Mientras tanto, yo tanteaba mi cuello con un palito para encontrar mi yugular y con el otro encaraba una especie de caneloncito frito cerrado en los extremos sin bolognesa ni crema ni queso. Un asco. Como aquello excedía el tamaño de Pulgarcito, abandoné la vajilla oriental y le entré con cuchillo y tenedor, pero el tramontina bajaba hasta el plato y no lograba cortar nada. Me pregunté cómo habría hecho mi mujer. Desistí.
A esa altura poco me quedaba por hacer. En sendos laterales del plato había dos bollitos aplastados (contra la pared seguramente) uno marroncito y otro medio amarillo. Disimuladamente probé la consistencia con el dedo para ver con qué atacarlos. Sopesando tamaño, diámetro, consistencia y textura, opté por esgrimir los dos palitos como Anthony Perkins en la escena de la ducha y en un descuido de mi mujer les asesté una puñalada precisa, los ensarté a los dos al unísono, y me los mandé de un solo saque. Por las dudas, apuré un trago abundante del Castel Chandon adquirido ex profeso para la ocasión especial. Nunca mejor elegida la marca. A esas alturas me sentía como Juan Pablo, el pintor de la novela de Sábato, cuando sospecha que Hunter se la está cepillando a María. Pero como los palitos no sirven ni para hacerse el harakiri y el Castel siempre cumple, me tranquilicé. Recordé las palabras del Maestro leídas en un póster de la rotisería:
Si se evitan las acciones
Todos viven pacíficamente.
Después de todo, al día siguiente era domingo 25 de mayo y el locro surgía ante mis ojos con su promesa redentora.

1 comentario:

sonia_v04 dijo...

Querido Profesor, he reído hasta las lágrimas con este su relato...Si hasta puedo verlo (y escucharlo) contándolo...
Que buena idea abrir este espacio con las intenciones que señaló...este primer intento cumple con ellas; adelante pues y gracias por enviarme la invitación, seguramente seré asidua lectora. Cariños